Información Lecture and Artist Talk / Conferencia y Charla de Artista: Michaela Zimmer / Miguel Fernández Campón Michaela Zimmer NONSYNONYMOUS 25.5.2018 - 14.7.2018 Solo Exhibition at Galería Kernel in Cáceres, Spain w.galeriakernel.com w.michaelazimmer.com No synonymous. Folds of bio-chromía Miguel F. Campón Sometimes it is necessary to speak of life. Think of this experience as a vague, indefinite and infinite force. Write a text where its vital grammar evolves in different phrases, where words - never synonymous – struggle to find their indicated valley when tumbling down from mountains of language. Where would life be launched? Where would it fall? Would it awake in an area of beauty, or end by opening its many eyes to humility, in the most fragile position of dreaming about collapse and transparency? It is in this area of discovery where we find the work of Michaela Zimmer. Looking at them we begin to realize that the corporeal speaks the language of a singular limit: "recognizes a power not beyond / spatially, you see me being restricted / the body reaches where the physical energy comes and goes / thus I happen / between beings not translated / that are born to themselves with care / in surfaces without revealing ". A language where the body interacts with the canvas by means of human dimensions, structuring a dance executed with the speed of either: the velocity of light or the walk of a turtle. Encounters between support and artist tensing the syntax in the arc of the body, pointing out the proximity, the vicinities and the possibilities of a surrounding seduction that flourishes in the unambiguous amplitude of a movement, pure and eminently physical, of a distinguished visuality. In the whitish gray of the canvas an illegible letter begins with an appointment invented, perhaps taken from a manuscript written in the privacy of the cosmos: "Everything happens, but never an object will happen to us. The objects, like you, are transparent. " Physical messages in a profligate Morse code to the asymmetries and harmonies of space. Life, without imitation or translation, is the estrangement that occurs next to the touch, in the basic and radiant presence, below measures and images, where the balance contains the echo of a movement and the hidden history of the body that went through it. This life, friend of gestural atoms, conversationalist of informalist groups, subsection of fascinated strokes, protector of random drips, recipient of fiction and luminescence generates gentle, forceful, close and secret telegrams of tireless extremes of corporeality. Here the canvas mutates to a sensitive blackboard of inimitable efforts, linear traces and marks that are spatial burns of authenticity. Zimmer signs an undisclosed contract on mutations and states of mind, a dictionary of information and textures to be yet discovered. The painting meanwhile gains momentum on its own account, ruled by its physical engagement with an extended skin of plastic in many colors, delicate and extroverted, that increases, little by little, the viscerality of existence. A plastic world of alterations in a sensorial immensity between tension and ease. Its body wrinkled, stretched, positioned, cut, twisted, fragmented, pierced, straining color, time and shape, increasing or decreasing the delirium of floating and reflective thought, until the fluorescent material manages to return to the abstraction of right angles, released in the sumptuousness of chromatic tonicity. No sinónimos. Pliegues de bio-cromía Miguel F. Campón A veces es preciso hablar de la vida. Pensar sobre esa fuerza inconcreta, indefinida e infinita, que sentimos como vital. Escribir un texto donde aparezca, en diferentes frases, la gramática de lo vivido, donde, desde la montaña del lenguaje, no encontremos el valle indicado hacia el que hacer rodar las palabras que nunca fueron sinónimas. ¿Hacia dónde lanzaremos la vida? ¿Hacia dónde caerá, sin nosotros? ¿En qué zona de belleza despertará? Tal vez termine abriendo sus múltiples ojos a la humildad, en el punto más frágil del espacio, allí donde pueda soñar el colapso o la transparencia. Es en el despertar hacia un área de descubrimiento donde encontramos las obras de Michaela Zimmer. Junto a ellas, comenzamos a reconocer que lo corpóreo habla el idioma de un límite singular: “reconoce un no poder más allá / espacialmente, veis mi ser restringido / el cuerpo alcanza donde la energía móvil va y viene / así acontezco / entre seres no traducidos / que nacen a sí mismos con cuidado / en superficies sin desvelar”. Un idioma donde el cuerpo interactúa con el lienzo desde sus dimensiones humanas, como si el soporte y la artista avanzaran hacia un lugar de coincidencias y de encuentros desestructurados, en una danza ejecutada con la velocidad de la luz y con el lento caminar de la tortuga, tensando la sintaxis en el arco del cuerpo, señalando las proximidades, las cercanías y las posibilidades de una seducción circundante que florece en la amplitud inequívoca de la experiencia, en los nuevos flujos, pura y eminentemente físicos, de una visualidad alternativa. Michaela Zimmer y la vida. Quizá, sobre el gris blanquecino del lienzo, la vida haya querido escribir una carta ilegible, confeccionar el paquete postal de un cuerpo que envía mensajes, en un código morse extravagante, a las asimetrías y armonías del espacio. La vida, sin imitación ni traducción, es ese extrañamiento que ocurre junto al tacto, en la presencia básica y radiante, por debajo de mesuras e imágenes, donde el equilibro contiene el eco de un movimiento y la historia oculta del cuerpo que lo transitó. La vida, amiga de los átomos gestuales, conversadora de grupos informalistas, de subgrupos de trazos fascinados, protectora del azar de los goteos, receptora de las ficciones y de las luminiscencias del spray. Amable y contundente, próxima y secreta, siempre sonríe en el baile contemporáneo de nuestros telegramas, en los extremos incansables de la corporeidad. Está en el contacto de la artista con la tela, en la pizarra sensible de esfuerzos únicos y éxtasis lineales, en marcas que son quemaduras espaciales de autenticidad. Michaela Zimmer crea un tratado inédito de mutaciones y estados de ánimo, un diccionario de buenas noticias y de texturas por descubrir que comienza, en su primera página, con una cita inventada, tal vez recogida de un manuscrito escrito en la intimidad del cosmos: “Todo sucede, pero nunca un objeto nos sucederá. Los objetos, como tú, son transparentes”. El cuerpo de Michaela Zimmer clama, con discreción, que la pintura salga al exterior de sí misma y se haga materia, colmando la intensidad del movimiento estético. Ella es, también, una fina película de plástico, una piel extendida de muchos colores, delicada y extrovertida, que incrementa, poco a poco, la visceralidad de la existencia. De un punto hasta otro punto hay una inmensidad sensorial que se tensa y destensa, un mundo-plástico que sufre alteraciones, coloraciones, diferencias. El cuerpo coreográfico puede arrugar, estirar, situar, cortar, torcer, retorcer, tensar, fragmentar, perforar, desgarrar el color, el tiempo y la forma, aumentar o disminuir el delirio flotante y reflector del pensamiento, hasta que la materialidad fluorescente consiga retornar a la vida primaria, traer aquí, entre nosotros, la abstracción de los ángulos rectos, hacer fluir el estancamiento conceptual de las imágenes hacia la suntuosidad y la tonicidad cromática. La pintura es una infancia libre que ha salido a jugar al ánimo sintético de una visualidad traslúcida, brillante y luminosa, mostrando los pliegos del mundo en una sensualidad renovada que nos desplaza hacia esquemas de alegría meditativa, sin impresión ni expresión, en bloques de vitalidad donde todo movimiento, por pequeño e insignificante que sea, pronuncia una poética de horas primerizas. Michaela Zimmer nos recuerda los intervalos y los metros subterráneos como estructuras abiertas hacia el desvelamiento energético del color. Nos recuerda la inocencia de un ser que se excede en desbordamientos de sensibilidad, visualidad e identidad. Y nos recuerda, sobre todo, que el espacio y el tiempo son dos gemelos que trajeron con ellos otras dimensiones, y que hemos de vivirlos como a niños que aprenden, entre instantes, a leer estratos, dando por buena la ilusión de unos hermanos, aún desconocidos, junto a los que dormir y despertar.
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